jueves, 23 de mayo de 2024

LA IDEALIZACIÓN DE LA UNIDAD POPULAR

 




(Texto escrito en septiembre del año pasado, en el marco de los 50 años, que planeaba publicar en un medio específico, pero no lo logré)


La izquierda tiene un miedo muy grande a volver sobre la Unidad Popular, el gobierno encabezado por Salvador Allende. En el socialismo este miedo se escondió tras mea culpas personales luego del horror de la dictadura. En los primeros años del retorno a la democracia se evitaba hablar mucho de Salvador Allende, y cuando se hacía, como en el funeral de Estado que se le hizo, se centraban los discursos en su invariable espíritu democrático, su conciencia de la historia de Chile y sus palabras mientras el golpismo bombardeaba La Moneda.

En el Partido Comunista, la figura del expresidente estaba presente de manera más clara. Y a eso se agregaba que también se hablaba de la Unidad Popular, de las esperanzas que traía consigo ese proyecto original y curioso en medio de un contexto político en el que las revoluciones eran llevadas a cabo con hombres vestidos de verde olivo y armas. Sin embargo, cuando se trataba de hablar de sus falencias, en seguida salían a la luz la atrocidad del golpe y la posterior persecución militar a todo quien osara ser de izquierda. 

Es decir, se evitaba tanto en el concertacionismo como en la entonces izquierda extraparlamentaria profundizar respecto a los errores políticos, al exceso de infantilismo de unos y la nula habilidad política de parte de Allende para poder, aparte de enfrentar a una derecha que desde el primer día lo quería fuera, controlar a sectores demasiados embobados con la pretensión de un futuro en el que la sociedad sin clases llegara.

La herida era demasiado profunda, qué duda cabe. La manera en que había terminado todo nublaba aún las cabezas de quienes debieron escapar, esconderse de los zarpazos de un Estado que tenía como única misión destruir todo vestigio del pasado reciente, incluidos a sus protagonistas.

La Unidad Popular, salvo ciertos intelectuales que problematizaron las graves falencias políticas que padeció, fue dejada como algo intocable; como una estatua, un monumento romántico del que incluso personas como Ricardo Lagos hasta el día de hoy temen referirse en profundidad.

 ¿Por qué aún no exorcizamos esos demonios? ¿Por qué no puede darse una conversación en que se sepa entender que una cosa es evitar en todo momento un golpe de estado y una dictadura, y que referirse críticamente al gobierno que fue objeto del golpe no es lo mismo que validar ese golpe? ¿Por qué no mejor darle carne a esa estatua en romantizada y acordar que lo principal para llevar a cabo una tarea significativa en materia política e ideológica se deben cuidar frentes, leer el presente y el posible futuro de un país?

Cuando no se realizan discusiones políticas claras sobre un acontecimiento político o un momento determinado de la historia, se esconden las verdaderas posibilidades para construir proyectos. La Concertación quiso creer que su miedo era un proyecto y su idea de “lo posible” era algo así como un dogma sin que mediara ningún raciocinio de acuerdo al contexto. Evitó hacer cualquier cosa que se pareciera a la UP, pero sin desmenuzar qué estuvo mal y por qué, aparte del evidente error de tratar de hacer un proyecto transformador sin mayorías. Mientras que el Partido Comunista se refugió en el pasado, siendo de los partidos más realistas de la coalición que respaldó al presidente socialista. Y eso es miedo. Terror a revisitar el pasado con perspectiva de futuro. Pánico a construir algo a largo plazo, aunque los relatos digan otra cosa. 

Por eso, para unos y otros, y ahora también para el Frente Amplio, la Unidad Popular es una idealización, una bella posibilidad perdida por falta de experiencia, por exceso de idealismo, según los concertacionistas, o una derrota solamente por los factores exógenos de los que fue víctima, según los comunistas y cierto frenteamplismo. ¿Fue un fracaso? No se sabe. Pero no fue una victoria moral como algunos tratan de establecer. 




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