En su columna dominical en el diario La Tercera, el periodista Daniel Matamala, a dos años de comenzado el gobierno de Gabriel Boric y su curiosa y contradictoria coalición, comparó al Presidente con Ramón Barros Luco, presidente liberal que gobernó entre 1910 y 1915.
El motivo de esta comparación se basaba principalmente en la caricatura de Barros Luco, figura que ha sobrevivido en el tiempo gracias a grandes mitos sobre su relación con la política, la cual algunos describen como contemplativa.
Para Matamala, por esta razón, Barros Luco solo destaca por el sandwich que lleva su nombre, y Boric, al haber renunciado a lo que dijo cuando era diputado y candidato, se parecería a él y sólo le faltaría tener un plato para poder destacar en algo.
Si bien el texto del periodista tiene pasajes rescatables, como por ejemplo la crítica a la “cazuela ideológica” que tendría el Frente Amplio, repleta de consignas, de dichos de buena crianza, lo que, según cree, impediría la materialización de algo medianamente serio, lo que parece nutrir su columna es una especie ingenuidad respecto a la acción política y la manera en que se gobierna, más aún en momentos como los que estamos.
Aunque es claro que el gobierno ha demostrado falta de estrategia, imposibilidad para poder controlar los dos mundos entre los que se mueve el Presidente- el de su rol como jefe de Estado y sus impulsos epocales-, Matamala habla más bien desde el despecho que desde la crítica a un gobierno.
Cuando compara cada una de las cosas de las que el Presidente habló en campaña o mientras habitaba el Congreso, pareciera que el conductor de noticiero estuviera alegando en contra de la falta de “consecuencia” del mandatario, como si administrar un país no se diferenciara de una elección o de la labor como legislador, o como si para ejercer la más alta magistratura no hubiera que renunciar día a día a lo que se creyó con demasiada certeza en el pasado.
Matamala no toma en consideración ninguno de esos factores. Más bien pretende juzgar a un gobierno por no hacer lo que dijo que haría, que por lo que hace mal o bien. Es como si hubiéramos juzgado a Sebastián Piñera por no acabar con la “fiesta” de los delincuentes, como dijo en el pasado, cuando lo que se le podría criticar es haber creído que podía hacerlo como si nada, como si todo fuera tan fácil.
Por esto es que lo escrito por Daniel Matamala, aparte de la cita histórica y la enumeración de cuestiones no logradas, tiene el problema que todo el periodismo actual tiene: que no entiende el poder. Sólo lo cuestiona. No sabe muy bien en qué consisten los pasillos, las decisiones, la falta de éstas, porque le parece que hurgar ahí es sucio. Y en eso se parece bastante a la generación que, de paso, critica. Y por lo mismo, insisto, su opinión parece más bien la de un despechado, de alguien que cree haber descubierto que había sido engañado. Cuestión muy preocupante en alguien que dice saber de todo.